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jueves, 15 de enero de 2015

La presión fiscal en clase media sobrepasa el promedio nacional


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Con la masificación de la pobreza persiste el explosivo crecimiento del caserío de los pobres a orillas de ríos, cañadas y precipicios. Fuente externa.
Impulsado por un crecimiento de una economía con asimetrías sociales, regionales y entre sectores productivos y de servicios, avanza raudo el tren del “progreso” dominicano, deslizándose por rieles distorsionados que, indefectiblemente, frenarán su marcha o lo descarrilarán por el excesivo gasto público que engulle una burocracia hipertrofiada, parasitaria, y una milicia supernumeraria que en vez de prevenirla, echa leña al fuego de la violencia.
En compartimientos de primera, segunda y tercera transporta 10.4 millones de viajeros, con diferencias abismales desde un lujo oriental hasta una pobreza nigeriana.
Son notables las desigualdades provinciales. Un hogar promedio de Elías Piña tiene un ingreso cinco veces inferior que uno en Santo Domingo, y tres veces menor que en Santiago.
El rezago arrastrado en salud y educación obstruye el desarrollo social. La escolaridad, determinante en los ingresos, solo promedia siete años, con un índice superior en estratos altos y medios, e inferior en los pobres, con mayoría sin terminar el ciclo básico.
Primera clase. En asientos delanteros, gente de alta solvencia, políticos con fabulosas fortunas que ostentosamente exhiben, o parcialmente ocultan sus testaferros. A su lado, empresarios con riquezas acumuladas en años de trabajo o fabricadas al vapor con el lavado de activos que dinamiza la economía.
Entre ellos se acomodan generales y coroneles activos y retirados de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y otros cuerpos especializados, muchos enriquecidos con la ley y con la trampa: sobornos, narcotráfico y otras formas ilícitas.
Unas cuantas familias sin límites de gastos, ni siquiera un tercio de la población. Estudios estiman de 23 a 28% a los adinerados, los millonarios de las últimas décadas, políticos del partido en el poder y los que le ayudaron a alcanzarlo, quienes se han ido sumando al 6% en que años atrás se cifró la élite social.
No les impacta la especulación que en 2014 desequilibró el patrimonio familiar de los menos pudientes, manteniendo en apuros financieros a hogares de estratos medios con sobregiros por la inflación acumulada. Altos precios en bienes y servicios que nunca bajan, con topes insostenibles frente a ingresos contraídos por el alza del Impuesto a la Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios (Itbis), por la fuerte carga impositiva que en un 73% recae en el consumo.
Como el país, se endeudan para enfrentar los inflados gastos. Inflados sí, aunque contradigan los índices del Banco Central, la inflación de 1.8% en un 2014 donde pocos artículos escaparon al alza.
Además del Itbis, lesionó los presupuestos el elevado costo -hasta octubre- de los combustibles, cuyo descenso alivia, pero sin repercutir aún en la canasta familiar, afectada en 2015 con nuevas alzas en el Itbis.
Los precios se incrementaron también con la variación en la tasa del dólar, de RD$42.5 a RD$44.3, generando alzas en artículos importados que la especulación llevó más allá del aumento registrado en la tasa cambiaria, inclusive en medicamentos y alimentos de factura local, pues la rezagada industria nacional, de poco valor agregado, importa casi toda la materia prima, además de equipos y maquinarias.
Como viajeros de primera, los dueños de esas industrias acompañan a banqueros que cada año publican cuantiosos dividendos, comerciantes especuladores, importadores y exportadores, dueños de negocios diversos sin atisbos de responsabilidad social, ajenos a las penurias de sus asalariados, insensibles a las carencias que su desenfrenada acumulación de riqueza les provoca.
Junto a millonarios peledeístas toman asiento perredeístas enriquecidos en el poder, reformistas que siempre se las ingenian para estar a flote. En unos y otros recae gran parte de la responsabilidad ante los graves males: corrupción, narcotráfico, delincuencia, inseguridad ciudadana, que impiden el desarrollo y una vida en sosiego.
A relativa distancia, personas que no son de su clase: domésticas, nanas uniformadas, la servidumbre mal pagada, marginada. Y, discretamente, los guardianes. Esfumada la paz social, los responsables de la extrema desigualdad perdieron la libertad de transitar a sus anchas. Viven bajo estricta vigilancia, blindados con sistemas de seguridad de última generación.
Entre empresarios hay desigualdades. Más atrás de la cúpula empresarial, comerciantes e industriales menos pudientes, quienes deploran “las imposiciones de una élite que procura prolongar la inequidad social”. No habrá cambio -dicen- mientras persista el dominio de minorías empresariales influyentes que pretenden controlarlo todo, para preservar sus intereses.
Muchos quedan fuera en el debate de temas nacionales, como las deliberaciones sobre el Código de Trabajo sin representación de pequeñas y medianas empresas, pese a que aportan la mayor parte del empleo.
Viajeros de segunda. La clase media retrocede, arrastrada por impuestos, el alto costo de la vida y un endeudamiento progresivo. En la última década, casi 4% depareció como resultado de la vulnerabilidad y la pobreza.
Soportan una presión fiscal superior a la media de 14%, alcanzando en muchos hogares más del 20%, sin recibir en contrapartida los servicios que debe suplir el Estado.
Los agobian el Itebis, los impuestos a los combustibles, telecomunicaciones, renta, ingresos complementarios, premios de lotería, lotos, transferencias bancarias, AFP, ARS, en adición a los intereses por préstamos personales o hipotecarios y tarjetas de crédito.
Esfumada la capacidad de ahorro, sobreviven con un insostenible rejuego de tarjetas crédito, de las que se reportaron 6,639,529 en poder del público, evidenciando el alto endeudamiento.
Un peso importante tiene en sus gastos educación, salud, electricidad, vivienda alquilada o financiada, teléfono, cable, internet y otros. Una familia de cuatro o cinco miembros, con dos hijos en colegios y universidad gastan entre RD$75 mil y RD$150 mil mensuales, superior al ingreso de ambos cónyuges, más aún con imprevistos.
Reportan gastos en alimentos y enseres del hogar, de RD$15 mil a RD$35 mil al mes; colegio entre RD$12 mil y RD$25 mil; electricidad de RD$3 mil a RD$11 mil, y comunicaciones, de RD$2,500 a RD$10 mil. Antes de bajar el petróleo, erogaban de RD$4 mil a RD$15 mil mensuales en combustibles, sin contar el gas propano, cotizado hasta octubre a RD$2,650 y RD$2,400 el cilindro de cien libras.
Egresos mucho más constreñidos registran familias de clase media baja, franja social al borde de la pobreza, con ingresos inferiores al costo de la canasta básica.
Son presa de severas tensiones económicas, exacerbadas por imprevistos y el alto endeudamiento, causantes de disfunciones personales, familiares y sociales que engendran violencia fuera y dentro hogar.
Se mantienen en una vulnerabilidad que amenaza con derrumbarlos a la inmensa masa de los desposeídos, quienes viajan apiñados en vagones de tercera.
¿Hacia dónde se dirige el tren del “progreso”. ¿Se descarrilará? ¿Frenará y se enrumbará por la equidad y los derechos ciudadanos?

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