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viernes, 20 de enero de 2012


Juan Bosch.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El retiro y aparente destrucción de una foto del expresidente Juan Bosch del local de la Universidad donada por la República Dominicana a Haití, durante el acto de inauguración de ese centro, generó una agria protesta del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). El oficialismo criticó también que las autoridades haitianas designaran el centro con el nombre del dictador Henri Cristophe. El incidente, aparentemente superado, estuvo a punto de convertirse en una nueva fuente de disputa entre los dos países.
Las relaciones del gobierno de Bosch con Haití fueron muy tirantes y si bien es cierto que el presidente dominicano enfrentó una provocación del dictador Francois Duvalier, quien violó y ocupó militarmente la embajada en Puerto Príncipe en 1963, el recuerdo de aquellos críticos días, en que ambos estuvieron a punto de irse a una guerra, pudiera estar pesando todavía en la mentalidad de la clase política del vecino país.
Muchos dominicanos se preguntan, asimismo, por qué razón el gobierno nacional privilegió la memoria de Bosch, lo que le dio al hecho una connotación partidista y no puso en lugar de una fotografía suya, un símbolo patrio, lo cual también pudiera haberse interpretado como una manera de recordarle perennemente a los haitianos ese gesto de “solidaridad”, que tanto se ha promocionado.
Dos crisis con Haití, en un intervalo de cinco meses, la última de las cuales estalló el 23 de septiembre de 1963, dos días antes del golpe que derrocó a Bosch, ponen de resalto el peligroso nivel de tirantes que caracterizaron las relaciones de Bosch con Haití. En mi libro “El golpe de estado. Historia del derrocamiento de Juan Bosch”(Editora Corripio, 1993), se narran esos hechos y los errores cometidos por el presidente dominicano en el manejo de la situación.
Sigue a continuación, la narración de esos episodios históricos de los difíciles nexos entre las dos naciones.
La situación dio un giro brusco el lunes 23 de septiembre; tan grave que pondría al país al borde de una confrontación bélica con Haití.  Era la segunda crisis diplomático-militar con el vecino país en cinco meses y sería la última.
La población, intranquila por la agitación incesante y la amenaza de nuevas huelgas, fue estremecida por el anuncio de una agresión haitiana al territorio dominicano.  Parecía la culminación de un largo período de tensas relaciones, que a finales de abril y comienzos de mayo culminara en un virtual estado de guerra entre los dos países.  Desde las primeras horas de la mañana, corrió el rumor sobre un grave conflicto fronterizo.  Las estaciones de radio interrumpían sus programaciones regulares para propalar “versiones extraoficiales” acerca de nuevas escaramuzas que afectaban poblaciones a uno y otro lado de la frontera.  Eran noticias escalofríantes, que planteaban la posibilidad de un choque armado.  Una alarma general cundió en la población.
Las informaciones decían que en horas de la madrugada, la población dominicana de Dajabón había sido atacada con fuego de fusilería y morteros desde Quanaminthe (Juana Méndez), a poca distancia al otro lado del puesto que dividía a las dos naciones.
En la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington se recibía una grave queja del Gobierno dominicano.  La agresión, sostenía Haití, provenía, por el contrario, del lado opuesto.
Poco después del mediodía, Radio Santo Domingo difundió un primer boletín oficial informando de un ultimátum de tres horas del Gobierno dominicano al Presidente haitiano Francois Duvalier para que cesara la agresión.  Al cabo de ese plazo la aviación dominicana desataría un ataque contra el palacio presidencial de Puerto Príncipe.  Aviones de combate habían ya sobrevolado la capital vecina para dejar caer volantes, en francés y patois, la lengua criolla usada por la mayoría de la población haitiana, previniéndola de un posible bombardeo.  Los volantes informaban de la agresión a un poblado dominicano.

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